lunes, 11 de abril de 2011

Feyerabend: un profesor de filosofía


La siguiente reseña de Feyerabend fue publicada en inglés en Falling in Love with Wisdom: American Philosophers Talk about their Calling, D. D. Karnos and R. G. Shoemaker (eds.) New York: Oxford University Press, 1993, pp. 16-17. En español puede leerse en Paul Feyerabend. Provocaciones filosóficas. Edición de Ana P. Esteve Fernández. Madrid: Biblioteca Nueva, 2003, pp. 181-182.

"Yo no soy un filósofo. Soy un profesor de filosofía, lo que aquí en Berkeley, significa ser un funcionario. ¿Por qué me convertí en profesor? Porque estaba sin blanca y un amigo británico me sugirió que solicitase un puesto que terminaba de quedar vacante en Oxford. Para aumentar mis posibilidades, solicité tres empleos: uno en Oxford, otro en Bristol y el tercero en Australia. Conseguí el de Bristol principalmente gracias a una recomendación de Erwin Schroedinger, a quien parecía gustarle el modo en que yo, un simple estudiante, trataba a los peces gordos en los debates públicos. «Tres años, ni un día más», decía cuando empecé. Ahora, después de treinta y cinco años, todavía estoy en el negocio.
¿Por qué? Porque ser profesor permite evitar la rigidez de un trabajo de nueve a cinco. ¿Y por qué la filosofía? Porque lo que uno puede hacer no se ve limitado por restricciones. Un profesor de matemáticas que habla de Liliana Cavani en la asignatura «Topología III» no tardará en tener problemas. En cambio, yo no tuve ningún problema cuando convertía la clase de «Epistemología I» en una discusión sobre Ian Kott. ¿Por qué he escrito tanto? Eso también fue un accidente. Me gustaba hablar y viajar y acepté muchas invitaciones. Mis charlas no solían estar preparadas; escribía un par de notas, las memorizaba y, entonces, actuaba sin guión. La mayor parte de las charlas formaban parte de series que fueron editadas en publicaciones, de modo que, al final, me vi obligado a escribirlas.
¿Creo en lo que escribo o digo? A veces sí, a veces no. Un actor (y para mí un profesor es, en muchos aspectos, un actor -si no sintiese que es así me hubiese quedado dormido durante mis clases) tiene que presentar de un modo interesante lo que le toca decir; pero no es necesario que se lo crea. Decidir acerca de la verdad, la plausibilidad o cualquier otra cosa que ellos consideren importante es asunto de la audiencia. ¿Qué soy además de ser un profesor? Mi respuesta a eso es: «Yo no soy un qué, yo soy un quién.» No obstante, si alguién me pusiera una pistola en la cabeza y dijese: «¡Confiesa o morirás!», entonces yo exclamaría: «¡Soy un periodista!» Tengo opiniones como cualquier otra persona, sólo que escribo sobre ellas e intento presentarlas de una forma original y atractiva. Yo no he inventado las opiniones que tengo. Las he tomado, por casualidad, de periódicos, obras de teatro, novelas, debates políticos e incluso, de vez en cuando, de algún libro de filosofía. Algunas de estas opiniones, pensaba yo, eran excelentes y, como habían sido difamadas por ignorantes (entre ellos algunos que se autodenominaban filósofos), merecían una buena defensa y yo decidí defenderlas. No sólo defendí su contenido, sino también el estilo de vida que representaban. El mejor contenido, el mensaje más liberador, se transforma en su contrario cuando es difundido por personas con «la verdad» o «una conciencia» en sus almas y una expresión mezquina en sus rostros.
Aristófanes, no Sócrates; Nestroy no Kant; Voltaire, no Rousseau; los hermanos Marx, no Wittgenstein. Estos son mis héroes. Ellos no son filósofos y los filósofos, aunque filtrean con ellos como pasatiempo, no los aceptarían en su círculo. Ésta es la razón por la cual yo, aunque de muy inferior talento, tampoco tengo ningún deseo de ser sorprendido en tan ilustre compañía".