martes, 29 de marzo de 2011
Julices Exodus
En 1514 Erasmo de Rotterdam escribe una brillante sátira en forma de diálogo, relacionada con la muerte del Papa Julio II. Aunque el Rotterodamo intentó ocultar su nombre en este tratado, Tomás Moro lo puso al descubierto cuando ubicó el diálogo en una lista de sus obras. En la sátira, el Papa guerrero (J) encuentra cerradas las puertas del cielo y exige a Pedro (P) le deje entrar. A continuación el diálogo (Texto tomado de Will Durant. La Reforma. Buenos Aires: Editorial Alianza, 1980, pp. 422-426):
Julio: Basta ya. Soy Julio el ligurio, P. M.
Pedro: ¡P. M.! ¿Qué es esto? ¿Pestis máxima?
J: Pontifex Maximus, belitre.
P: Aunque seas tres veces Maximus... no puedes entrar aquí si no eres también Optimus.
J: ¡Impertinente! Tú, que no has sido todo el tiempo más que Sanctus…y yo Sanctissimus, Sanctissimus Dominus, Sanctitas, la Santidad misma, con bulas que lo demuestran.
P: ¿No hay ninguna diferencia entre ser santo y que te lo digan?...Deja que te vea más de cerca. ¡Uf! Signos de impiedad por todas partes... Casaca sacerdotal, pero armadura ensangrentada debajo de ella; ojos salvajes, boca insolente, frente desvergonzada, cuerpo con cicatrices de pecado por todas partes, aliento cargado de vino, salud echada a perder por la lujuria. Sí, ya puedes amenazar, te diré lo que eres... Eres el emperador Julio que ha vuelto del infierno.
J: Termina de una vez, si no quieres que te excomulgue.
P: ¿Excomulgarme a mí? ¿Con qué derecho, si se puede saber?
J: Con el mejor derecho. Tú eres sólo sacerdote, y quizás ni esto... No puedes consagrar ¡Abre, te digo!
P: Muéstrame primero tus méritos...
J: ¿Qué quieres decir con esto?
P: ¿Enseñaste buena doctrina?
J: No. Estaba demasiado atareado guerreando. Hay monjes que se ocupan de doctrina, si es que sirve para algo.
P: ¿Ganaste almas para Cristo dando un puro ejemplo?
J: He mandado muchas al Tártaro.
P: ¿Hiciste algún milagro?
J: ¡Bah! Los milagros están pasados de moda.
P: ¿Fuiste diligente con tus plegarias?
J: El invencible Julio no debería contestar a un pescador desharrapado. Sin embargo te diré quién soy. Primero, soy ligurio, y no judío como tú. Mi madre era hermana del gran Papa Sixto IV. El Papa me hizo rico con bienes de la Iglesia. Fui cardenal. Tuve desgracias. Sufrí el mal francés. Fui desterrado, tuve que huir de mi país, pero sabía que llegaría a ser Papa... Y lo fui con ayuda de los franceses, del dinero que pedí en préstamo y de muchas promesas. No creo que habría podido mostrar todo el dinero que se necesitaba. Los banqueros te lo dirán. Pero lo conseguí... Y he hecho más por la Iglesia y Cristo que cualquier Papa anterior a mí.
P: ¿Qué hiciste?
J: Aumenté las rentas. Inventé nuevos cargos y los vendí... Volví a acuñar la moneda y gané una gran suma con esta operación. No puede hacerse nada sin dinero. Luego anexé Bolonia a la Santa Sede…Hice que se pelearan todos los príncipes de Europa. Rompí tratados y mantuve grandes ejércitos en campaña. Llené a Roma de palacios y dejé cinco millones en tesorería tras de mí...
P: ¿Por qué te apoderaste de Bolonia?
J: Porque necesitaba la renta.
P: Y ¿lo de Ferrara?
J: El duque era un miserable ingrato. Me acusó de simonía, me llamó pederasta... Yo quería el ducado de Ferrara para un hijo mío, en quien se podía fiar que sería leal a la Iglesia y que acababa de apuñalar al cardenal de Pavía.
P: ¿Qué dices? ¿Papas con esposas e hijos?
J: ¿Esposas? No, esposas no; pero ¿por qué no hijos?...
P: ¿Eras culpable de los crímenes de que te acusaban?
J: Esto no tiene nada que ver.
P: ¿No hay modo de deponer a un Papa malo?
J: ¡Que absurdo! ¿Cómo podría deponerse a la máxima autoridad? Sólo un concilio general puede corregir al Papa, pero no puede celebrarse ningún concilio general sin el consentimiento del Papa... De modo que no puede ser depuesto por ningún crimen.
P: ¿Ni por asesinato?
J: No, aunque fuera parricidio.
P: ¿Ni por fornicación?
J: Ni por incesto.
P: ¿Ni por simonía?
J: Ni por 600 actos de simonía.
P: ¿Ni por envenenamiento?
J: No, ni por sacrilegio.
P: ¿Ni por todos estos crímenes juntos en una sola persona?
J: Añádeles 600 más: no existe ningún poder que pueda deponer al Papa.
P: He aquí un nuevo privilegio de mis sucesores: poder ser el hombre más perverso sin ningún temor a castigos. ¡Cuán infeliz la iglesia que no puede quitarse a tal monstruo de encima!... El pueblo debería alzarse con las piedras de la calle para romper la cabeza al miserable... Si Satanás necesitase un vicario no podría encontrar otro mejor que tú. ¿Qué muestras diste de ser apóstol?
J: ¿No es apostólico el engrandecimiento de la Iglesia de Cristo?
P: ¿Engrandeciste tú a la Iglesia?...
J: Llené a Roma de palacios... enjambres de servidores, ejércitos, cargos...
P: La Iglesia no tenía nada de eso cuando fue fundada por Cristo...
J: Estás pensando en los pobres tiempos en que eras un Papa muerto de hambre, con un puñado de obispos junto a tí. El tiempo ha cambiado todo esto... Mira ahora nuestras espléndidas iglesias...obispos como reyes...cardenales gloriosamente atendidos, caballos y mulas con arreos de oro y joyas y herraduras de oro y plata. Sobre todo mírame a mí, el Supremo Pontífice, llevado en hombros de soldados en una silla de oro, moviendo majestuosamente la mano sobre una muchedumbre de adoradores. Escucha el rugir de los cañones, las notas de los clarines, el retumbar de los tambores. Observa las máquinas de guerra, las aclamaciones del populacho, el brillo de las antorchas en calles y plazas, y a los reyes de la tierra apenas admitidos a besar el pie de mi Santidad... Mira todo esto y dime: ¿no es magnífico?... Ya te das cuenta de que eres un miserable obispo comparado conmigo.
P: ¡Miserable insolente! El fraude, usura y astucia te hicieron Papa... Yo hice que la Roma pagana reconociera a Cristo; tú la hiciste pagana de nuevo. Pablo no habla de ciudades tomadas por asalto, de legiones destruidas... Hablaba de naufragios, cadenas, infortunios, azotes; éstos eran sus triunfos apostólicos, éstas eran las glorias de un general cristiano. Si se jactaba, era de las almas que había arrancado a Satanás, no de sus pilas de ducados...
J: Todo esto es nuevo para mí.
P: No me extraña. Con tus tratados y protocolos, tus ejércitos y victorias no tuviste tiempo para leer los evangelios... Pretendes ser cristiano, no eres mejor que un turco; piensas como un turco, eres tan licencioso como un turco, si alguna diferencia hay, es la de que eres peor...
J: ¿No quieres abrir las puertas?
P: Antes las abriría a cualquier otro que a uno como tú...
J: Si no cedes, tomaré la plaza por asalto. Precisamente ahora están haciendo buenos estragos allá abajo; pronto tendré 60.000 espíritus a mi espalda.
P: ¡Hombre desgraciado! ¡Iglesia infeliz!... No me sorprende que tan pocos lleguen aquí a pedir la entrada, cuando la Iglesia tiene tales gobernantes. Pero también debe de haber algún bien en el mundo cuando tal sima de iniquidad puede ser honrada meramente porque lleva el nombre de un Papa.
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