viernes, 14 de enero de 2011

E. M. Cioran: el alma alerta


"«Despierte el alma dormida...» Pero no es tarea fácil hacerla despertar. Acurrucada entre acolchados cobertores de dogmas, de consignas, de explicaciones, drogada de noticias y de ese otro beleño, la esperanza, amodorrada de ciencia, convicta y confesa, pobrecita mía...¡con qué escalofrío saca la punta del pie de su embozo para calibrar la temperatura glacial que reina allí donde la coherencia acaba y los razonamientos más razonables comienzan a enarbolar una sonrisilla demente! Vuelve a tu sopor, pobre alma mía: tirita y sueña, bien arropada, hasta que lo irremediable venga a buscarte. Sueña que tienes un inconquistable alcázar de certezas, un plano digno de confianza de las selvas y pantanos que te rodean, guardianes fieles que rechazarán los asaltos de la duda, capitanes de ojos fieros y proyectos claros, abades capaces de encontrar la huella estoica de la Ley hasta en tu entraña más brumosa, alegres compañeros de banquete y una dama de impúdico pudor que alegrará la soledad de tu cama...; no eres ilusa, nadie debería serlo ya, sino ilustrada; conoces los decretos de la necesidad y los acatas con aparente fastidio y secreta complacencia; estás segura de tus límites y, lejos de los arrebatos adolescentes, has aprendido a estimar las sosegadas aventuras del orden, el medro moderado, la progresión tranquila hacia una armonía social más auténtica...Con pólizas de resignación y cordura te veo estampillada, alma mía. Y bien pudiera ser que tuvieras nebulosa y blanda suerte hasta el final: quizá mueras antes de despertar. Ojalá no te acometa la vigilia, mi apocado fantasma. Que el destino te guarde del vendaval de la lucidez, del vértigo de la ausencia de la locura, del desfondamiento, de las imponentes olas del mar de acíbar...Aunque sólo te llegases a despertar un instante, jamás olvidarías la visión de fuego que iba a zarandear fulminantemente tu discreto reposo; la recaída siempre estaría ya cerca de ti y tu voz nunca recobraría el tono de firmeza con que sueles decir «Yo creo...»
Pero hay también almas, raras y terribles, que tienen propensión a la lucidez. Algún hada irónica o adversa dejó ese don negro en su cuna, y ellas despiertan al menor choque de la vida, al más pequeño indicio de fisura en la solidez estatuida... Se convertirán así en centinelas insomnes de fracasos que todo pretende hacer olvidar, en sarcásticos pregoneros de bancarrotas fundamentales. Tal es el caso de E. M. Cioran, visionario a fuerza de desengaño al que la pasión de ver despejadamente ha quemado los ojos: un alma alerta, fascinada por la desfascinación. La voz que susurra, insinúa y aúlla la inacabable modulación de su mensaje está enriquecida por todos los registros que presta la maestría literaria, del sollozo a la risotada. Cioran es un exiliado obsesionado por el Exilio, un escéptico poseído por el Escepticismo, un frenético del Desapego; mezcla en su sangre perturbada la nostalgia pagana por los Dioses Muertos y la repulsión gnóstica por el Aciago Demiurgo que ha caído en la tentación de crear; la ilusión de poder pasarse de todas las ilusiones le atormenta, el vicio de negarse a toda complicidad con el revestimiento afirmativo del mundo, con la acumulación de fanatismos minúsculos merced a la cual podemos arrastrarnos de un día a otro...Pero también advierte que no deja de ser un obseso, un frenético, un alucinado de un género particular: quizá la droga a la que se entrega es incluso más embriagadora que ninguna otra. Cioran tampoco se hace ilusiones sobre su propia desilusión, cuya función psíquica no puede ser distinta de la de cualquier otro vértigo improbable. Buen lector de Pascal, no olvida que «la locura es algo tan inexcusable a la condición humana, que incluso no estar loco es una forma de estarlo también». De aquí la ferocidad tétrica y jubilosa de su humorismo, como también de su resignación, difícilmente conseguida y conservada, que desemboca en una especia de serenidad trepidante".

Fernando Savater, Prólogo a E. M. Cioran. Adiós a la filosofía y otros textos. Madrid: Alianza Editorial, 1999, pp. 7-9.

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